Me urge la imperiosa necesidad de
escribirte, de escribirnos, de plasmar lo que siento en este preciso instante
antes de que se desvanezca. Nunca me he sentido peor. Todos los sucesos se han
ido descubriendo uno a uno, como piezas de dominó cuyo mecanismo yo misma
hubiera accionado. ¿Qué fue antes: la primera decepción o la tristeza sin
medida? ¿Me siento así por las experiencias vividas? ¿O mi manera de percibir
dichas experiencias se debe a mí ánimo decaído, a mi falta de energía y de
fuerzas?
Ahora mismo, en este preciso
instante, sólo soy capaz de sentir vacío, desesperanza, impotencia, soledad.
Todo ello junto, revuelto, indistinguible dónde terminan las ganas de
encerrarme en mí misma y aislarme del mundo, y dónde empiezan las ganas de
gritar, pedir ayudar, sacar la rabia contenida. No entiendo nada, hace tiempo
que no entiendo nada de lo que ocurre a mi alrededor. Me alejo del mundo
conocido, porque ya no recuerdo cómo me relacionaba con él hace un año. He ido
alejando personas, evitando conflictos, barriendo sentimientos debajo de una
alfombra donde el polvo y la decepción han terminado por ocupar toda la
habitación. ¿Hay alguien ahí? ¿Sigues conmigo? Yo no quiero que te alejes, pero
es cierto que no sé cómo quedarme. Necesito que entiendas esto, necesito que
entiendas que no tengo fuerzas ni para levantarme de la cama, que me quedo
horas rumiando mis propios pensamientos. No paro de imaginarme escenas tristes
donde el tema siempre es el mismo: el abandono o el rechazo. Me imagino todo
aquello que temo que suceda, todas las maneras en las que la gente que quiero
se acabará distanciando, alejándose, quizás para siempre, por no entenderme. ¿O
soy yo la que no se explica? ¿Es culpa mía no haberte sabido expresar cuánto
necesito que te quedes? ¿O acaso tú nunca te has preocupado tanto como me
decías? Quizás la culpa no haya sido de nadie, tan sólo una serie de eventos
desafortunados que abocaron en lo que ahora somos: nada.
Hace tiempo que sólo soy capaz de
saborear tu silencio. Vuestros silencios. Y siento en mi piel todos los abrazos
que ahora mismo necesitaría, los que me disteis cuando todo iba bien, cuando yo
estaba en paz con mi propio mundo, cuando no me había desviado de mi propia
vida. Esa parte de mí que os indujo a compartir mis días, a permanecer a mí en
los vuestros. Apoyarnos, ayudarnos, impulsarnos. Todos vosotros, todos vosotros
estáis situados ahora mismo tras un cristal empañado, una bruma borrosa cuya
procedencia tan sólo puedo adivinar que esté en mi propia mente. ¿Me estoy
protegiendo a mí misma de lo que me hace daño? ¿O me estoy aislando?
Yo no puedo ir a buscaros, de
verdad que no puedo. Sé que resulta difícil de explicar, ya que tan sólo son
unas palabras, tan sólo es aire expulsado, tan sólo es pedir ayuda. Pero, no
puedo. Sé que no lo comprendéis, porque yo misma no lo entendía hasta que me
ocurrió. No me salen las fuerzas para pediros que os quedéis, que no me dejéis
con esta soledad que me aprisiona el pecho, que cada día me deja menos espacio
para respirar. Es vuestra decisión el permanecer o no al lado de alguien a
quién ahora asumís distante, asumís cambiada, asumís que si yo no me acerco, es
porque no quiero, si no me expreso, es porque ya no tengo nada que deciros.
Asumís. Y asumís de más. Tantas personas que no sé si algún día regresarán,
tantas incógnitas acerca de por qué no quisieron quedarse, por qué no supieron,
por qué las alejé.
¿Cuánta tristeza puede llevar a
la espalda un corazón antes de romperse? ¿Cuánto se tarda en cortar el hilo de
pensamientos tóxicos, levantarse de la cama y sacar fuerzas para cambiarlo
todo? ¿El problema soy yo? ¿Son los demás? Yo ya no entiendo nada, se apagan
las ganas, y se difuminan los días. El tiempo ahora tan sólo es una sucesión inexorable,
una rutina implacable, una desgana tatuada en la pupila.
Se enfrentan en mi interior dos
egos igualmente testarudos. Por un lado están los pensamientos que no dejan de
recordarme cuánto quiero hacer, cuánto podría estar haciendo ahora si no
estuviera dedicando tiempo a autodestruirme, cuántos planes podrían hacerme
sentir mejor. Por otro lado, están los pensamientos que me recuerdan que, no
sólo todo está mal, sino que irá mucho peor, que la vida ahora me trata con
tibieza, pero en cuanto todo el mundo termine por alejarse, tendré que
enfrentarme conmigo misma, frente a frente y no me quedará más que preguntarme…
¿Qué te has hecho? ¿Cómo has podido perder tanto, perder a tanta gente, alejar
a quienes trataban de acercarse? Has sido mezquina, esquiva, huidiza. Nadie
quiere estar cerca de una persona así.
¿Entiendes ahora por qué me
hundo? ¿Por qué desaparezco? ¿Entiendes que no puedo acercarme a ti, porque yo
misma me impido avanzar? Yo misma me hiero física y mentalmente, yo misma me
castigo por no ser suficiente, me reprocho que todo el que se va lo hace porque
no tengo nada que ofrecer y… Mejor no dejar que nadie se acerque: todo el mundo
se acaba yendo. Déjame consumirme, deja que me desvanezca, así todo dejará de
doler.
¿Por qué te has ido?
Yo nunca quise echarte.
No quería salpicarte con mi
dolor.
No te has quedado.
¿No supe cuidarte?
No puedo dejar de pensar.
Quiero que me deje de consumir la
tristeza.
Me lo merezco.
¿Quién me va a querer así?
No te acerques, que duele.
No te alejes, que duele.
Tengo miedo.
¿Me estoy volviendo loca?
Ya nunca estoy en calma.
Deja de doler, por favor.
Ya no puedo más.
Vuelve.
No me reproches nada.
Yo no sé cómo volver.
Ayúdame, por favor.
Yo no sé salir.