domingo, 19 de marzo de 2017

Carta a mí misma: para no olvidar lo que se siente, cuando ya no se siente nada.

Me urge la imperiosa necesidad de escribirte, de escribirnos, de plasmar lo que siento en este preciso instante antes de que se desvanezca. Nunca me he sentido peor. Todos los sucesos se han ido descubriendo uno a uno, como piezas de dominó cuyo mecanismo yo misma hubiera accionado. ¿Qué fue antes: la primera decepción o la tristeza sin medida? ¿Me siento así por las experiencias vividas? ¿O mi manera de percibir dichas experiencias se debe a mí ánimo decaído, a mi falta de energía y de fuerzas?
Ahora mismo, en este preciso instante, sólo soy capaz de sentir vacío, desesperanza, impotencia, soledad. Todo ello junto, revuelto, indistinguible dónde terminan las ganas de encerrarme en mí misma y aislarme del mundo, y dónde empiezan las ganas de gritar, pedir ayudar, sacar la rabia contenida. No entiendo nada, hace tiempo que no entiendo nada de lo que ocurre a mi alrededor. Me alejo del mundo conocido, porque ya no recuerdo cómo me relacionaba con él hace un año. He ido alejando personas, evitando conflictos, barriendo sentimientos debajo de una alfombra donde el polvo y la decepción han terminado por ocupar toda la habitación. ¿Hay alguien ahí? ¿Sigues conmigo? Yo no quiero que te alejes, pero es cierto que no sé cómo quedarme. Necesito que entiendas esto, necesito que entiendas que no tengo fuerzas ni para levantarme de la cama, que me quedo horas rumiando mis propios pensamientos. No paro de imaginarme escenas tristes donde el tema siempre es el mismo: el abandono o el rechazo. Me imagino todo aquello que temo que suceda, todas las maneras en las que la gente que quiero se acabará distanciando, alejándose, quizás para siempre, por no entenderme. ¿O soy yo la que no se explica? ¿Es culpa mía no haberte sabido expresar cuánto necesito que te quedes? ¿O acaso tú nunca te has preocupado tanto como me decías? Quizás la culpa no haya sido de nadie, tan sólo una serie de eventos desafortunados que abocaron en lo que ahora somos: nada.
Hace tiempo que sólo soy capaz de saborear tu silencio. Vuestros silencios. Y siento en mi piel todos los abrazos que ahora mismo necesitaría, los que me disteis cuando todo iba bien, cuando yo estaba en paz con mi propio mundo, cuando no me había desviado de mi propia vida. Esa parte de mí que os indujo a compartir mis días, a permanecer a mí en los vuestros. Apoyarnos, ayudarnos, impulsarnos. Todos vosotros, todos vosotros estáis situados ahora mismo tras un cristal empañado, una bruma borrosa cuya procedencia tan sólo puedo adivinar que esté en mi propia mente. ¿Me estoy protegiendo a mí misma de lo que me hace daño? ¿O me estoy aislando?
Yo no puedo ir a buscaros, de verdad que no puedo. Sé que resulta difícil de explicar, ya que tan sólo son unas palabras, tan sólo es aire expulsado, tan sólo es pedir ayuda. Pero, no puedo. Sé que no lo comprendéis, porque yo misma no lo entendía hasta que me ocurrió. No me salen las fuerzas para pediros que os quedéis, que no me dejéis con esta soledad que me aprisiona el pecho, que cada día me deja menos espacio para respirar. Es vuestra decisión el permanecer o no al lado de alguien a quién ahora asumís distante, asumís cambiada, asumís que si yo no me acerco, es porque no quiero, si no me expreso, es porque ya no tengo nada que deciros. Asumís. Y asumís de más. Tantas personas que no sé si algún día regresarán, tantas incógnitas acerca de por qué no quisieron quedarse, por qué no supieron, por qué las alejé.
¿Cuánta tristeza puede llevar a la espalda un corazón antes de romperse? ¿Cuánto se tarda en cortar el hilo de pensamientos tóxicos, levantarse de la cama y sacar fuerzas para cambiarlo todo? ¿El problema soy yo? ¿Son los demás? Yo ya no entiendo nada, se apagan las ganas, y se difuminan los días. El tiempo ahora tan sólo es una sucesión inexorable, una rutina implacable, una desgana tatuada en la pupila.
Se enfrentan en mi interior dos egos igualmente testarudos. Por un lado están los pensamientos que no dejan de recordarme cuánto quiero hacer, cuánto podría estar haciendo ahora si no estuviera dedicando tiempo a autodestruirme, cuántos planes podrían hacerme sentir mejor. Por otro lado, están los pensamientos que me recuerdan que, no sólo todo está mal, sino que irá mucho peor, que la vida ahora me trata con tibieza, pero en cuanto todo el mundo termine por alejarse, tendré que enfrentarme conmigo misma, frente a frente y no me quedará más que preguntarme… ¿Qué te has hecho? ¿Cómo has podido perder tanto, perder a tanta gente, alejar a quienes trataban de acercarse? Has sido mezquina, esquiva, huidiza. Nadie quiere estar cerca de una persona así.
¿Entiendes ahora por qué me hundo? ¿Por qué desaparezco? ¿Entiendes que no puedo acercarme a ti, porque yo misma me impido avanzar? Yo misma me hiero física y mentalmente, yo misma me castigo por no ser suficiente, me reprocho que todo el que se va lo hace porque no tengo nada que ofrecer y… Mejor no dejar que nadie se acerque: todo el mundo se acaba yendo. Déjame consumirme, deja que me desvanezca, así todo dejará de doler. 

¿Por qué te has ido?

Yo nunca quise echarte.

No quería salpicarte con mi dolor.

No te has quedado.

¿No supe cuidarte?

No puedo dejar de pensar.

Quiero que me deje de consumir la tristeza.

Me lo merezco.

¿Quién me va a querer así?

No te acerques, que duele.

No te alejes, que duele.

Tengo miedo.

¿Me estoy volviendo loca?

Ya nunca estoy en calma.

Deja de doler, por favor.

Ya no puedo más.

Vuelve.

No me reproches nada.

Yo no sé cómo volver.

Ayúdame, por favor.

Yo no sé salir. 

domingo, 5 de julio de 2015

Día diez:

Según mi calendario hoy es el día diez de febrero de un año cualquiera; poco me importa ya el inexorable movimiento de las manecillas del reloj, el paso del tiempo. Lo único que recuerdo es que hoy, día diez de febrero, han transcurrido seis meses desde que partiste en busca de un sitio al que poder llamar hogar. Las paredes de mi cuarto se encuentran yermas desde que no guardan el eco de tu voz. Antes, al despertar, me encontraba inundada la sala de una diáfana luz, a veces me daba por pensar que me había dormido más de la cuenta y que llegaría tarde al trabajo, luego averiguaba que eras tú el que irradiaba una claridad tal que oscurecía los rayos solares tras las cortinas; parecía como si al sol le hubiera dado por amanecer en mi cuarto todas las mañanas que tú te quedabas a mecer el sueño entre mis sábanas. Necesito una ducha de realidad. Esconder bajo la piel las emociones. Si te nombro, te desvaneces, y mi banal existencia deja de ser una sombra de tu despedida, para pasar a evocar el ritmo de mis caderas sobre tu cuerpo. 
Hay personas demasiado desquebrajadas por la vida, como para dejarse acariciar por ella; yo soy una de esas personas. Mis cuarenta y pico años no pesan tanto como los daños que se van acumulando en cada surco que recorre mi rostro. Son heridas del alma expuestas a modo de escaparate en la piel. Antaño, gustaba pensar que, una vez alcanzara la madurez, todas las arrugas se me antojarían historias heroicas que relatar a mis nietos en las gélidas noches de invierno. Ahora, a las puertas de la senectud, me doy cuenta de que el invierno con el que tanto fantaseaba se ha convertido en una estación permanente bajo mi piel. Por ello temo al espejo; temo cualquier reflejo del fondo de mis ojos que me recuerde el gran vacío que yace en mi interior. Antes, tu presencia, tu mera existencia, me abrazaba un poco de este vacío que apesta tanto a tu falta.
Siempre te había exigido como requisito único que pudieras salvarme de mí misma, y eso hacías. El error capital fue no acudir en tu rescate cuando tú te ahogabas entre tus propios fantasmas. Ahora, en la cumbre de mi vida profesional, sigo asiendo la cuerda que debió sacarte de ese vacío y mantenerte a mi lado. Ahora sí, con más daños que años, me enorgullezco más bien poco de que ambas cifras hayan tenido que crecer de manera directamente proporcional para, a su vez, conseguir aumentar la cifra bancaria, pero, ¿para qué?
Quizás mañana, todas estas líneas que me he decidido a escribir no sirvan más que para alimentar el fuego; un fuego que arde y me abrasa los recuerdos. Intento plasmar mis sentimientos en unas pocas líneas para aferrarme a los “punto y seguido”, para encontrar en mis propios trazos un motivo por el que no desvanecerme en la estela de tu perfume en la esquina de cada calle. 
Intuyo que hoy no será un buen día. Supongo que no. Quizás mañana todo vaya mejor. Ojalá llegue pronto la primavera. Ojalá entonces todas tus pisadas sobre mi piel florezcan y pueda, por fin, mirarme al espejo sin imaginarme tus pestañas acariciando cada poro de mi piel.

viernes, 27 de febrero de 2015

Te pienso en verso.

Yo sólo quiero que existas. Que seas. Que creas. Que crees mil y un lugares donde dibujarte esperanzas, donde pintar con acuarelas ríos de pasión. Lugares donde beber de tu mente, desnudar tus ideas, perderme en tus sin sentidos. Busco que me busques, y que me encuentres. Ponerme a tiro de piedra fingiendo casualidades, que no son más que trampas inocentes, para que un día, tu corazón tropiece con el mío, se agarre a él, y ya no pueda soltarlo.

Salvarte de ti mismo mientras me salvas de mis fantasmas. Ser un paracaídas, un colchón, una ilusión donde descanses ese cuerpo tan lleno de algo que se tiñe de irrealidad. Todo esto es un espejismo de algo que parece tan de verdad... Todo tu ser es tanto que a veces siento que al tocarte podrías desvanecerte, dejándome de nuevo a solas con el silencio. Y no es lo mismo un silencio sin ti, que un silencio contigo; porque lo primero asusta y da miedo pero, lo segundo, despierta cada uno de mis sentidos, abre cada uno de mis poros, llena cada hueco de la descosida alma tan llena de tu ausencia, de tu vacío. 

Voy dibujando trazos de poemas que escribirte. Te pienso en verso, en risa, en sueño, en beso... Te pienso. Te espero, parando las manecillas del reloj para que el tiempo no pase y no sienta que te me escurres por entre los dedos, tu inefable existencia: un regalo.

Todos somos polvos de estrellas, según Carl Sagan, pero tú eres polvo de deidades, de oro, de sueño. Tú, eres tú, y con eso llega para iluminar un camino sembrado de esperanzas, de ganas de querer, de querer sentir. Puedes enseñar a vivir, a creer. A creer en algo más que el simple pasar del tiempo, algo más que en las casualidades de un simple roce de almas a través de miradas en un andén un lunes cualquiera por la mañana. Construyes muros de sabiduría, elevas el ser a lo más alto. Me descubres descubriéndome en ti, y yo, agacho la mirada, como si me diera vergüenza que vieras en el reflejo de mis espejos cómo bebo cada una de tus palabras, cómo dejo que cada uno de tus suspiros lleguen a mi ser, y se instalen. Llenándome de un aire tan puro, tan lleno de ti, que me embriaga. 

Cómo no seguir creyendo, si existes. Si eres. Si estás. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Para Ana:

Si me voy a estrellar en la curva de tus caderas, no dejes que se rompan tus seguridades contra el hueso afilado lleno de sacrificios. Si voy a perder la cordura recorriendo tu espalda con la yema de mis dedos, no dejes que utilice tus costillas como teclas de un piano. Si me vas a dejar llenarte de mi más puro y genuino amor, procura no acentuar el hueco entre tus muslos: Dejas que se escapen las palabras y los versos entre ellos. Si vamos a pasar cada noche de invierno intentando quitarnos el frío de la piel, no dejes que mi boca choque contra tus huesos; eso me hiela por dentro.

El valle entre tus dos montañas era hogar de dos corazones; ahora me encuentro frente a una llanura que ya no es reconfortante, ya no es cálida. Hay dos corazones, pero uno de ellos, se está muriendo. Los únicos surcos de tu rostro antes eran producto de la fuente de mi vida: Tu sonrisa. Parece ser que el cambio de estación se los ha llevado, dejando tras de sí el surco marcado de tus lágrimas. Tu cascada de cobre y oro ahora sólo lleva hojas secas. Tus vidrieras, reflejo de los ríos llenos de vida, envejecen, transparentan el fondo de tu alma; ahora sólo muestran un agua estancada, un río en calma que acumula dolor, marchitando cada oportunidad que llega.

Si buscas alegrarme la vida, no pretendas conseguirlo destruyéndote a ti misma. No me hace feliz ver como cada día tengo más hueco en la cama, porque tú ocupas menos.

domingo, 15 de junio de 2014

Am(arte).

Amar es encontrar,
perder (el control);

acertar,
tropezar (con tus pestañas);

soñar,
crear (ilusión);

despegar,
aterrizar (en tu piel);

aprender,
olvidar (tu ausencia);

comunicar,
gritar (con la mirada);

besar (para callar),
callar (a besos).

Amar es presente,
pero, sobre todo,
es la esperanza de un futuro.

sábado, 7 de junio de 2014

La nostalgia del séptimo día.

Desde que me dejaste ya no sigo la misma melodía. Ya no miro de la misma manera, ni guardo con cautela mis palabras. Los espejos ya no son enemigos en las noches de nostalgia. Ahora son puertas que pintan el mundo de otro color, a través de los que mirarme fijamente a los ojos y decirme "eh, mira, después de todo, seguimos aquí".

Desde que ya no "somos", mi piel se ha fundido con la pluma, los folios son ahora el reflejo de mi alma, escribo historias, describo sentimientos y belleza; mis lunares también pueden contarte alguna que otra historia nueva, y las yemas de mis dedos han explorado sin miedo más mundo, desde que me dejaste.

He descubierto, desde que soy "yo", que el miedo no es algo que debiera estar a la orden del día. Fíjate, resulta que hay personas capaces de criticarte sin hundirte, de apoyarte sin apartarse de repente, precipitándote en una caída en la que... Sálvese quien pueda. Resulta que existen personas capaces de ver belleza en las ojeras un domingo por la mañana, y gente capaz de curarme las heridas internas a base de besos y no de reproches.

Desde que "no eres tú, soy yo", he aprendido que "tú" estás mucho mejor lejos si no eres capaz de despertarme por dentro. Ha llegado a mi vida gente llena de luz, con un pico y una pala, dispuestos a reconstruir todo aquello que tú destrozaste. Me convertiste en caos. Por suerte, hay gente capaz de convertir mi caos en arte.

¿Y ahora qué, desde que me dejaste? Ahora, es una nueva vida. Resulta que sí que soy fuerte, y sí que puedo hacerlo. Pero, ¿a que no sabes qué? El fallo estaba en que tú no creías en mí. Nunca lo hiciste y nunca te interesó, no fuera a ser que pudiera ser mejor que tú en algo.

Ahora escribo, la gente me lee, y me entiende y, a veces, consigo emocionar. Resulta que hay personas que son poesía pura, personas que son lienzo, que son arpa, y estoy aprendiendo a tocar, a seguir otras melodías diferentes a la tuya. Melodías que esperan, melodías con paciencia, melodías que, si te caes, no siguen caminando sin ti, si no que te agarran del corazón con fuerza para que no se rompa, y te levantan.

Tú me habías dicho que un cuerpo bonito marca la diferencia, pero no me dijiste que había sonrisas que son paisajes, ni miradas que son faros de luz. Claro, tú habías dejado de mirarme, por temor a que leyera la verdad en el fondo de tus ojos.

Tú me decías que se me iba a escapar la vergüenza por debajo de la falda, pero sólo era porque no soportabas que otros dibujaran con la mirada mi silueta. De lo que no me avisaste era de que se me iba a perder el tiempo por entre los remiendos de mi corazón.

Pero eh, mírame, además, desde que me dejaste, he aprendido a bailar.

jueves, 29 de mayo de 2014

Tú disparaste primero.

Manchas de café mis sueños. Trepas por las sábanas de mi cama. Te alojas en los rincones de mi cuerpo. Enredas con mi pelo. Enredas con mis ideas, con mis sentimientos. Erizas mi piel a base de caricias, como si de una corriente eléctrica te tratases. Me invades. Poco a poco. Te siendo a 200 km en una noche clara que podría ser de los dos. Te veo a un metro de distancia. Te reconozco porque eres la única persona que prefiere mirar al cielo estrellado antes que apurarse a terminar la botella de ginebra. Te reconozco porque yo solía subir a la azotea de tu edificio y perderme contigo debajo de las sombras de las estrellas. Decías que no te importaba que esta noche no saliera la luna, mientras que de mis labios sí saliera  un beso.

Pero en cuanto tu mirada se cruza con la mía, sé a ciencia cierta que esas estrellas no volverán a formar un manto que esconda nuestro amor ante los vecinos. Tendré que buscarme otra azotea llena de promesas. Lo único que no podré cambiar de esta noche será la intensidad de tu mirada, que te enciende los sentimientos, te desnuda las ideas, consigue hacer que las llamas de la hoguera, al lado de la luz de tus ojos, parezcan simplemente los puntos suspensivos de nuestra historia, que entienden tan poco de ella como yo lo hacía... Hasta conocerla a ella.