domingo, 5 de julio de 2015

Día diez:

Según mi calendario hoy es el día diez de febrero de un año cualquiera; poco me importa ya el inexorable movimiento de las manecillas del reloj, el paso del tiempo. Lo único que recuerdo es que hoy, día diez de febrero, han transcurrido seis meses desde que partiste en busca de un sitio al que poder llamar hogar. Las paredes de mi cuarto se encuentran yermas desde que no guardan el eco de tu voz. Antes, al despertar, me encontraba inundada la sala de una diáfana luz, a veces me daba por pensar que me había dormido más de la cuenta y que llegaría tarde al trabajo, luego averiguaba que eras tú el que irradiaba una claridad tal que oscurecía los rayos solares tras las cortinas; parecía como si al sol le hubiera dado por amanecer en mi cuarto todas las mañanas que tú te quedabas a mecer el sueño entre mis sábanas. Necesito una ducha de realidad. Esconder bajo la piel las emociones. Si te nombro, te desvaneces, y mi banal existencia deja de ser una sombra de tu despedida, para pasar a evocar el ritmo de mis caderas sobre tu cuerpo. 
Hay personas demasiado desquebrajadas por la vida, como para dejarse acariciar por ella; yo soy una de esas personas. Mis cuarenta y pico años no pesan tanto como los daños que se van acumulando en cada surco que recorre mi rostro. Son heridas del alma expuestas a modo de escaparate en la piel. Antaño, gustaba pensar que, una vez alcanzara la madurez, todas las arrugas se me antojarían historias heroicas que relatar a mis nietos en las gélidas noches de invierno. Ahora, a las puertas de la senectud, me doy cuenta de que el invierno con el que tanto fantaseaba se ha convertido en una estación permanente bajo mi piel. Por ello temo al espejo; temo cualquier reflejo del fondo de mis ojos que me recuerde el gran vacío que yace en mi interior. Antes, tu presencia, tu mera existencia, me abrazaba un poco de este vacío que apesta tanto a tu falta.
Siempre te había exigido como requisito único que pudieras salvarme de mí misma, y eso hacías. El error capital fue no acudir en tu rescate cuando tú te ahogabas entre tus propios fantasmas. Ahora, en la cumbre de mi vida profesional, sigo asiendo la cuerda que debió sacarte de ese vacío y mantenerte a mi lado. Ahora sí, con más daños que años, me enorgullezco más bien poco de que ambas cifras hayan tenido que crecer de manera directamente proporcional para, a su vez, conseguir aumentar la cifra bancaria, pero, ¿para qué?
Quizás mañana, todas estas líneas que me he decidido a escribir no sirvan más que para alimentar el fuego; un fuego que arde y me abrasa los recuerdos. Intento plasmar mis sentimientos en unas pocas líneas para aferrarme a los “punto y seguido”, para encontrar en mis propios trazos un motivo por el que no desvanecerme en la estela de tu perfume en la esquina de cada calle. 
Intuyo que hoy no será un buen día. Supongo que no. Quizás mañana todo vaya mejor. Ojalá llegue pronto la primavera. Ojalá entonces todas tus pisadas sobre mi piel florezcan y pueda, por fin, mirarme al espejo sin imaginarme tus pestañas acariciando cada poro de mi piel.