jueves, 29 de mayo de 2014

Tú disparaste primero.

Manchas de café mis sueños. Trepas por las sábanas de mi cama. Te alojas en los rincones de mi cuerpo. Enredas con mi pelo. Enredas con mis ideas, con mis sentimientos. Erizas mi piel a base de caricias, como si de una corriente eléctrica te tratases. Me invades. Poco a poco. Te siendo a 200 km en una noche clara que podría ser de los dos. Te veo a un metro de distancia. Te reconozco porque eres la única persona que prefiere mirar al cielo estrellado antes que apurarse a terminar la botella de ginebra. Te reconozco porque yo solía subir a la azotea de tu edificio y perderme contigo debajo de las sombras de las estrellas. Decías que no te importaba que esta noche no saliera la luna, mientras que de mis labios sí saliera  un beso.

Pero en cuanto tu mirada se cruza con la mía, sé a ciencia cierta que esas estrellas no volverán a formar un manto que esconda nuestro amor ante los vecinos. Tendré que buscarme otra azotea llena de promesas. Lo único que no podré cambiar de esta noche será la intensidad de tu mirada, que te enciende los sentimientos, te desnuda las ideas, consigue hacer que las llamas de la hoguera, al lado de la luz de tus ojos, parezcan simplemente los puntos suspensivos de nuestra historia, que entienden tan poco de ella como yo lo hacía... Hasta conocerla a ella.