Si me voy a estrellar en la curva de tus caderas,
no dejes que se
rompan tus seguridades contra el hueso afilado lleno de sacrificios. Si
voy a perder la cordura recorriendo tu espalda con la yema de mis dedos,
no dejes que utilice tus costillas como teclas de un piano. Si me vas a
dejar llenarte de mi más puro y genuino amor, procura no acentuar el
hueco entre tus muslos: Dejas que se escapen las palabras y los versos
entre ellos. Si vamos a pasar cada noche de invierno intentando
quitarnos el
frío de la piel, no dejes que mi boca choque contra tus huesos; eso me
hiela por dentro.
El valle entre tus dos montañas era
hogar de dos corazones; ahora me encuentro frente a una llanura que ya
no es reconfortante, ya no es cálida. Hay dos corazones, pero uno de
ellos, se está muriendo. Los únicos surcos de tu rostro antes eran
producto de la fuente de mi vida: Tu sonrisa. Parece ser que el cambio
de estación se los ha llevado, dejando tras de sí el surco marcado de
tus lágrimas. Tu cascada de cobre y oro ahora sólo lleva hojas secas.
Tus vidrieras, reflejo de los ríos llenos de vida, envejecen,
transparentan el fondo de tu alma; ahora sólo muestran un agua
estancada, un río en calma que acumula dolor, marchitando cada
oportunidad que llega.
Si buscas alegrarme la vida, no
pretendas conseguirlo destruyéndote a ti misma. No me hace feliz ver como
cada día tengo más hueco en la cama, porque tú ocupas menos.